miércoles, junio 24, 2015

PECADILLOS DE JUVENTUD



No me gustan nada los niños.
No me hacen gracia y por lo general no los soporto, ni los que me ha tocado aguantar por proximidad familiar ni mucho menos los del prójimo. Estoy encantado de que mi única sobrina vaya a cumplir catorce años ya y de hecho estoy deseando que cumpla diez más para poder tratar con ella como una adulta.
Los niños en cuanto adquieren capacidad autónoma de locomoción y pleno manejo de sus extremidades acostumbran -al menos los occidentales- a ser unos bicharracos egoistas, caprichosos, gritones y en general bastante malos, por aquello de que todavía no tienen muy definidos conciencia, límites  ni la posible repercusión de sus actos en la paciencia de sus semejantes.
Y para muestra, basto yo como botón: todo lo buenísima persona que soy ahora ( y si no crees lo de "buenísimo" te paso con la progenitora ) no da pie para que quien me conozca pueda llegar a intuir el pequeño bicharraco que era con pocos años.
Sin duda si lo digo yo de mi mismo es porque es una verdad como un templo de gorda, y para demostrarlo he aquí tres de mis "pecadillos de juventud":

 - MENTIROSO COMPULSIVO -

Cuando era pequeño -y sin ningún argumento razonable que pueda exponer ahora para justificarlo-, mentía muchísimo. No lo hacía pensando en obtener un beneficio, ni siquiera era respondiendo a un plan premeditado: simplemente de pronto hacía una pausa, se activaba un chip en mi sesera y empezaba a soltar unas bolas tremebundas.
Ejemplo: unas de mis víctimas favoritas para la fabulación descontrolada eran mis abuelas, dos grandes mujeres con mucha personalidad y empaque pero que en sus nietos tenían -como todas las abuelas- su talón de Aquiles y gracias a esa debilidad se las colaba gordísimas.
Recuerdo que a mi abuela materna, una señora elegante y muy tranquila, le largué un día la historia de que los ratones se habían apoderado de nuestra casa, que habían roido los cables dejándonos sin luz ni electrodomésticos y hasta las gomas de la lavadora provocándonos tremendas inundaciones en el piso. A cada "¡OH!" de mi abuela más me animaba yo porque ¡qué más desea un narrador que impresionar al público con sus historias!, hasta que llegados a un punto se levantó y dijo "tengo que llamar a tu madre porque no puedo entender que no me haya contado nada de el problema tan terrible que teneis con esos animales".
La progenitora con muy poca sensibilidad me obligó al humillante ejercicio de reconocer delante de mi abuela que todo había sido una trola impresionante pero el mal ya estaba hecho: sospecho que gracias a mi funesta labor -de la que esto fue solo una muestra- arruiné el trato que en el futuro iba a tener mi abuela con todos los nietos que vinieron después, porque conmigo quedó muy desengañada de la infancia...

- CAPO DE LA MAFIA -

Nunca he creído tener un ascendente especial sobre las personas que me rodean, más bien yo diría que todo lo contrario, pero por aquel entonces parecía ser diferente: en el barrio tenía una pequeña "pandilla" para jugar en la que los miembros más habituales eran unos primos míos que vivían en mi mismo portal pero un par de pisos más arriba. Aquellos alma-cántaro encontraban -con toda la razón- que yo era el más guapo, más inteligente y más simpático, y por ello siempre era elegido como jefe de las misiones imaginarias que nos montábamos para pasar los fines de semana o los largos días de verano.
Mi  poder de convocatoria era tal que cuando en el pequeño supermercado de la zona había cosas que yo juzgaba que era mucho más interesante que estuviesen en mi bolsillo en vez de en el estante de la tienda, organizaba a mis huestes para enviar un escuadrón de asalto e intentar sustraer algo de la tienda de aquel pobre hombre que para colmo vivía también en el mismo portal y encima de mis primos.
La maniobra que tengo más clara en la memoria eran unos botes de colacao -o similar- en los que regalaban pegados a la tapa unos cajitas con "mini-juegos" que yo había decidido tenían que ser míos sí o sí: para conseguirlo mandé a mis acólitos a fin de que, con un buen plan organizado de tácticas de distracción, consiguiesen no el bote de colacao sino la tapa con el juego pegado porque a efectos de mi escasa conciencia así era "menos robar".
Los acólitos demostraron ser unos negados en las artes delictivas y fueron sorprendidos in fraganti por el propietario del establecimiento, siendo puestos a disposición del departamento maternal que les aplicó el correctivo conveniente. Cuando esas ratas chivatas me señalaron diciendo "él nos dijo que lo hiciésemos" nadie les creyó, ¡JA!
¿Quien iba a desconfiar del entrañable querubín que era yo?

- SÁDICO PSICOPATA -

Pertenecer a mis filas no era moco de pavo porque además recuerdo ( con terrible vergüenza como todo el mundo puede imaginar ) que tenía la mano muy larga y cuando alguno de mis secuaces se atrevía a discutir mis órdenes...¡zasca!, le daba una torta. Lo peor no era el uso de la violencia para conseguir mis objetivos, lo más peor de lo peor es que...¡me daba gustito! Así que había uno de mis primos un par de años más pequeño que yo con unos mofletes redonditos que de cuando en cuando cobraba sí o sí sin que hubiese ninguna razón para ello.
"Pero si no he hecho nada" decía el lloriqueante interfecto, y yo solo podía darle la razón pensando que era cierto pero ¿qué podía hacer?, es que era verle allí y me asaltaba el impulso incontrolable de darle unos sopapos tremendos. Después casi siempre aquello terminaba mal porque el nene en cuestión era una llorona, subía corriendo a chivarse a su madre y acto seguido bajaba mi tía como poseída por los diablos para agarrarme de las orejas y arrastrarme ante la autoridad competente -la progenitora-, que me administraba justicia en forma de azotes en el trasero y castigos sin salir durante lo que me parecían años sin término .
He de añadir sin embargo que en cuanto volvía a la calle ahí tenía a mis incondicionales ¡incluido al maltratado! recibiéndome con generosas muestras de júbilo...¡pero si es que parecía que les iba la caña!...¿qué podía hacer yo?

Estoy seguro de no ser una excepcion y que si rebuscas en el cajón de tu memoria descubrirás que TU TAMBIEN FUISTE MALO, y que tan solo el efecto del paso del tiempo combinado con la puesta en marcha de las hormonas sexuales consiguen afortunadamente que cambiemos, para que así el mundo no esté lleno de ególatras, narcisistas y asesinos en serie,

Yo mismo hoy diciendo: "¿Como?...¿que sólo yo era así?"

Ahora ya no soy así, palabra: me he vuelto asquerosamente honrado, no le pego a nadie y además no mando ni capitaneo a nadie porque no me hace caso ni el gato...
No sé, ¿he perdido o he ganado?