martes, mayo 23, 2006

DESPEDIDAS



Hoy es el último día, y aunque sabíamos que llegaría y hemos previsto este frío como el cambio en la luz de los días nos hace presentir el invierno, estoy tan absolutamente helado que siento detenerse mi corazón. Estamos recogiendo nuestras cosas, sin hablar. No soy capaz de leer en tus ojos lo que piensas, tu mirada casi siempre está baja y cuando no lo está rehuye la mía, como si te resultase difícil de contemplar, como si no quisieses verme. Quisiera saber qué cruza por tu mente, si te duele como a mi, si intentas comprenderme, si desearías convencerme para que lo dejase todo y no nos marchásemos. Quisiera saber si yo tendría el valor suficiente para decirte que sí.
Cuando hemos terminado al fin me miras a los ojos y lo que veo allí me duele tanto en el alma y en el pecho, es casi un daño físico, duele tanto que de modo irracional me llevo la mano allí y la miro un momento como si esperase verla manchada de sangre. Cuánta tristeza... En ese momento me cercioro de que Dios no existe, porque si existiera no podría permitir semejante dolor..

-Ya está –me dices y tras un instante- ¿volverás el próximo verano?

“Volvería ahora mismo, para que me acercases al cielo una vez más” pienso notando como se amontonan las lágrimas bajo los párpados.

- Probablemente no... -ya he tenido esta conversación conmigo mismo muchas veces, sé lo que quiero y tengo claro que esto no puede ser, que las cosas tienen un principio, un final y este es el punto en que tú y yo terminamos. Las palabras salen de mi como si las estuviesen arrancando con tenazas- ...como te dije Alma y yo nos casaremos en Diciembre. Intentaré encontrar algo en un rancho... -hago otra pausa porque la pequeña luz de esperanza que veo a pesar de todo en tu rostro me vuelve a apuñalar con inusitada crueldad. No voy a soportar herirte. No voy a poder borrar esa luz echándote mi verdad sobre tu rostro como un vaso de agua helada. Sin embargo ahí siguen mis labios actuando por su cuenta, les oigo decir con indiferencia- ¿Y tu?

- Quizás vuelva si no sale nada mejor. Durante el invierno iré a casa de mi padre a echarle una mano, y después puede que vaya a Texas en primavera.

No digo nada, pero mi mente grita “¿A que estamos jugando? ¿cuánto va a durar este desangrarse mutuamente?”. El intenta otra sonrisa fallida y murmura:

- Entonces supongo que esto es el final.

Me encojo de hombros sin poder decir nada, notando la angustia desgarradora subiendo como lava ardiendo desde mi estómago, acumulándose en mi garganta, nunca he sentido nada tan amargo en mi interior. El viento trae ráfagas de polvo que nos azotan de vez en cuando y hace correr nubes oscuras contra el cielo azul allá arriba. Es imposible sentir más desolación.

- Bien. Nos vemos –digo estrechándole la mano-.

- Claro...

Me miras unos instantes más esperando que te diga algo, luego te das media vuelta y caminas despacio hacia tu furgoneta con tu bolsa al hombro. La arrojas dentro, te montas y una vez allí me miras una vez más, con ansiedad, como si deseases memorizar mi rostro para no poder olvidarlo jamás. Otro amago de sonrisa y un breve gesto con los dedos a modo de despedida, luego el vehículo arranca con un estruendo y comienza a alejarse entre sonidos ahogados y nubes de polvo.
Algo en mí quiere echar a correr, hacerte detener, subir a ese cacharro y besarte hasta que te sangren los labios, hacerte prometer que no vas a marcharte nunca, que me vas a llevar el resto de nuestra vida donde quiera que vayas, amarrado a tu cintura, atado a tu cuello, dibujado en tu piel. Pero no digo nada, aguanto unos segundos más hasta que esa amargura al fin explota, me doblo sobre mi mismo y vomito sobre mis botas, sin dejar de llorar, aullando prácticamente de dolor, y en la boca se me mezcla la saliva y la bilis con el sabor a hiel del último beso que no te he dado. Vomito hasta quedarme vacío, tan vacío que cuando logro ponerme en pie con las piernas temblorosas descubro que allí dentro no ha quedado nada. Murmuro tu nombre y en mi interior, convertido de pronto en una inmensa casa llena de habitaciones vacías, solo responde el eco de mi propia voz.

“Eso es lo único que me he traido de la montaña. El vacío del silencio. El vacío de tu ausencia.”