viernes, abril 30, 2010

SOBRE PONER LOS PIES EN EL SUELO



Lo imaginaba así.
Yo, tumbado sobre la hierba mirando las nubes perseguirse por el cielo, el sol calentándome la piel, las manos cruzadas sobre el pecho sintiendo latir despacio mi corazón ahí dentro.
Tu rostro que aparece sobre el mio proyectando su sombra en mis ojos. A duras penas distingo tu sonrisa, brillante aún sobre el resplandeciente azul de fondo.
Levanto mis dedos, acaricio tu mejilla, entonces te reclinas poco a poco hasta posar tus labios sobre los míos.
No alcanzaba a ver mucho más, ( y no me estoy saltando las partes calenturientas, que conste ), esa era simplemente mi imagen del amor. Un lugar hermoso, un instante de paz, una brizna de ternura, y el sentimiento de no querer estar en ninguna otra parte porque estoy justo en donde deseo estar. Así de sencillo y así de bonito.
Luego en estas cosas pasa como con todas las ideas que se llevan a la práctica, que cuanto más se van materializando menos se parecen al original. De lo que se trata, pienso, es de no ser demasiado capullo y no creerse de verdad que los sueños puedan realizarse tal como los hemos imaginado, para evitar decepciones sobre todo. No está mal tener un modelo de felicidad preconcebido, porque cuando la vida es muy gris es conveniente tener algo a lo que aferrarnos para poder seguir tirando, un lugar al que poder escapar aunque no sea más que en nuestras fantasías y en medio de todo ello albergar una esperanza, la de que quizás eso con lo que soñamos pueda existir en algún sitio.
Después, hay que regatear con la realidad, y ver hasta donde puedes llegar tú y hasta donde te deja llegar ella en la consecución de tu deseo. Y estar con los ojos abiertos porque quizás por andar con la mirada perdida en un sueño estamos dejando escapar la auténtica dicha, que quizás se encuentra ahí mismo, a nuestro lado.
Está bien soñar con prados floridos y cielos despejados pero debes estar preparado porque tu felicidad puede estar ahí mismo, necesitando que la abraces cualquier noche en la ciudad, bajo la lluvia.
Nunca me has besado a pleno sol, sobre la hierba, pero he creido ver el rostro del amor la última vez que descansaste tu cabeza en mi regazo.

( En la foto, un instante de la primavera burgalesa, aportando su granito de arena para hacer mis sueños realidad. )