EL AMOR, EL DOLOR Y EL SINDROME DEL INVERSOR
Hace no mucho y de manera sorprendente, porque ella no es de aquí, me encontré por la calle con L, una compañera de estudios de cuando yo hacía biología. L. es una chica tremendísimamente fea para ser sinceros pero que a cambio es también desmesuradamente dulce y amable, lo cual por aquellos tiempos universitarios de entonces, a pesar de ser nosotros como eramos ( una manga de cabroncetes acostumbrados a demostrar el mismo tacto con nuestros semejantes que el que se podía vivir en una orgía vikinga llena de barriles de vino, fulanas y gentuza ), nos hacía despertar mucho cariño y un extraño sentimiento hacia ella que yo definiría como de protección. Por eso sería que cuando me dí de bruces con ella en una de las acogedoras calles de esta capital me alegré mucho y en parte me hizo recordar aquellos lazos invisibles que se habían establecido por aquel entonces entre todos nosotros, cuando yo no era el bicharraco raro que soy ahora y disfrutaba con el contacto humano. Ella se...