LA LÓGICA DEL DEPREDADOR
La noche llegó tiñendo el cielo apresuradamente, dibujando remolinos y avanzando igual que una gota de tinta en un vaso de agua. Sentí la oscuridad resbalar por mi piel a modo de corriente eléctrica que erizaba suavemente el vello de mis brazos y excitaba mis sentidos multiplicándolos por cien. Me envolví en una manta y fui a sentarme en nuestro híbrido de salón-cocina americana en el que uno podía guisar tras un mostrador de madera mientras atendía a los invitados o veía la televisión. Yo conecté esta última y tras un rato de indecisión cogí una manzana y me tiré en el sofá, con el volumen al mínimo y la cabeza llena de nubes de tormenta que iban acumulándose en el fondo de mi alma inundándola de sombras. De alguna extraña forma sabía que ella me estaba mirando, podía ver sus ojos gigantescos sobre la ciudad, clavados en mi, como si la pesadilla reciente se hubiese deslizado desde mis sueños a la realidad. Intenté concentrarme en la pantalla, tratando de no pensar más en aquella...